Si hay algo que caracteriza a cualquier elemento narrativo es el ritmo. El ritmo nos mueve hasta el punto de que nuestros cerebros están condicionados ante lo rítmico. Las repeticiones, las cadencias... todo hace que la masa gris que tenemos entre las cejas y el cogote se acomode hasta volvernos tan receptivos que podemos llegar a seguir pautas condicionadas por agentes externos sin siquiera darnos cuenta, como en los casos de hipnosis. ¿Esto da para un artículo serio? ¡Por supuesto! Pero no es el caso de este, donde podréis leer, si continuáis con la lectura, una serie e anécdotas en que la cultura nos convierte de manera cotidiana en auténticos esclavos del ritmo.
Esclavos de la música
Esta es una pequeña anécdota que me ocurrió el otro día y que fue el detonante de esta entrada: veréis, acabo de abrir un bar de copas con unos amigos, y ahora paso mucho tiempo tras la barra (y también delante de ella, en labores de gestión), lo que me da mucho tiempo para ver a masas de gente de considerable tamaño bailando al unísono.
El otro día, mientras ponía copas y sonaba una canción de Madonna cuyo nombre no se me ocurrió apuntar y ahora no recuerdo, la gente lo daba todo en la pista de baile cuando, por cosas de la canción, la música hizo una pausa y se hizo el silencio. Todo el mundo, al unísono, se detuvo y miró el techo esperando que se reiniciase la música. Los altavoces volvieron a sonar y, como un resorte, la gente siguió bailando tal cual.
Así, como no tenía otra cosa que hacer, me puse a pensar en el poder de la música y en cómo afecta a los ritmos propios hasta el punto de 'comunizar' una actividad que, por otra parte, cada cual vive a su manera, cómo en un entorno caótico, donde cada cual vive su propia experiencia sensorial a través del baile, por un segundo se convierte en una sala llena de esclavos del ritmo musical, siguiendo unas 'órdenes' que nadie ha dado, haciendo lo que, sin saber por qué, estamos programados para hacer.
Este, por supuesto, no es el único caso (aunque sea el que inspiró el post). De hecho, mientras escribo estas líneas recuerdo un capítulo de Ally McBeal en que 'Bizcochito' gana un caso demostrando que el ritmo no es ajeno a lo humano y que, aunque no queramos, lo seguiremos aunque sea golpeando el suelo con la punta del pie.
Esclavos del cine
Otra anécdota que he recordado a raíz de lo que cuento un poco más arriba es una que tal vez vi en algún documental sobre cine o, tal vez, leí en algún blog. ni siquiera estoy seguro de quiénes son los protagonistas de la anécdota...
Un director de cine (no estoy seguro, pero creo que Hitchcock), mientras grababa una de sus películas, hizo una toma en la que la actriz protagonista hablaba por teléfono en una habitación. El director, en lugar de grabarla en un plano 'normal', lo hizo desde fuera de la habitación, haciendo que su cara se mantuviera tras el marco de la puerta. Sus compañeros le preguntaron por qué lo había hecho así, pero el director no contestó.
El día del estreno, cuando se acercaba la escena señalada, el director tomó del brazo a quien le preguntó y le hizo mirar en dirección a los espectadores. Mientras la mujer hablaba por teléfono en la pantalla, todo el mundo en la sala giraba la cabeza para intentar verle la cara tras el marco de la puerta.
Esclavos de la television
Aunque ahora no suceda con tanta frecuencia como en los inicios de la televisión, el caso de la caja tonta es realmente curioso: los ritmos de la programación de la parrilla televisiva condicionan (o condicionaban, más bien; hoy en día, internet tiene la capacidad de re-programar cualquier condicionamiento del siglo pasado) el cuerpo humano hasta un nivel biológico. Al principio esperábamos a ir al baño a ver los anuncios, pero llegó un momento en que, a través de condicionamiento, acabamos teniendo ganas de ir al servicio con tan solo oír la sintonía de un anuncio.
Esclavos de las palabras
La siguiente anécdota tiene que ver con un relato que escribió hace tiempo uno de mis profesores, Miguel Ángel Hernández-Navarro. Se trata del relato con el que ganó un premio murciano (el Creajoven, un premio con bastante prestigio en la ciudad de Murcia) y lo podéis leer en su blog o en el recopilatorio 'Infraleve: lo que queda en el espejo cuando deja de mirarte', una pequeña recopilación de historias digna de las estanterías más exigentes.
En la historia que viene al caso, un hombre no puede parar de escribir porque otro le apunta con una pistola y, si para, le mata. Un planteamiento aparentemente sencillo que encierra una narrativa increíble y que engancha desde la primera palabra.
Para el caso que nos ocupa, quiero destacar una parte de la historia en al que el protagonista comienza a escribir más y más rápido, presa del pánico. Pues bien, no sé cómo lo hace, pero mientras narra que escribe más rápido, transmite la idea de rapidez y el lector lee mucho más deprisa. En mi caso, leía atropelladamente, sin poder parar. De alguna manera, el autor transmitió su idea de presteza y me hizo olvidar mi ritmo habitual para llevar el suyo, marcando la lectura palabra tras palabra. Lo más curioso del caso es que no me dí cuenta de ese condicionamiento hasta que, unos párrafos más tarde, el propio texto volvió a condicionarme para leer más lentamente.
Esclavos de los videojuegos
Todo en los videojuegos es esclavitud rítmica. Haz esto en un tiempo record, haz aquello a esta velocidad... De hecho, es la amplitud de algunos títulos lo que los hace ser tan deseados (Minecraft o GTA son solo la punta del gran iceberg en que se está convirtiendo la libertad total en el mundo de los videojuegos). Este es un tema del que Cepe podría escribir largo y tendido, así que yo tan solo voy a resumir un par de ideas.
¿Alguna vez, estando paseando pro la calle tras una larga sesión de Guitar Hero, habéis visto 'botones de colores' caer del cielo cuando cerrabais los ojos? ¿O habéis ido a hacer la compra y vuestro carrito se ha ordenado mágicamente como si fuera una partida de Tetris? A mi me han pasado estas cosas (y me seguirán pasando), porque los videojuegos son un elemento de entretenimiento muy repetitivo con el que podemos llegar a pasar muchas horas al día enganchados.
Y, yendo un poco más lejos, de sobra es conocida la extraña historia (más bien leyenda urbana) de 'Polybius', la recreativa hipnótica que generaba brotes epilépticos, mareos, pérdidas de memoria, nauseas, alucinaciones, e incluso terribles pesadillas, llegando a hablarse incluso de intentos de suicidio propiciados por los supuestos mensajes subliminales del juego
En fin, esto no son más que pequeñas anécdotas de las tácticas para atrapar la cada vez más volátil atención del espectador. ¿Conocéis algún caso en que 'el ritmo' haya jugado una mala pasada a alguien?
Me suele pasar a menudo con los videojuegos y con los libros. cuando me sumerjo en un libro me cuesta perder el ritmo de este y a veces me descubro pensando en cosas como si estuviera dentro de la historia !Mientras trabajo¡ Se me va la cabeza totalmente cuando conduzco, creo que es un gran momento de paz para pensar, solo que muy peligroso XD
ResponderEliminar¡Qué comentario tan revelador! XD
EliminarPues sí, las cosas a las que más tiempo dedicamos acaban teniendo un importante efecto en nosotros. Es importante desconectar de vez en cuando para liberar la mente de los Stark, Spiderman y demás gente ficticia. Yo he pasado más de la mitad de mi vida pensando en miniaturas, comics y anime, ¡y no ha tenido un buen efecto en mi! XD