¿Os acordáis cuando comentaba, indignado, cómo el Gobierno quería blindar la tauromaquia como Bien de Interés Cultural? Pues hay cosas peores, mucho peores, que desde nuestra querida España no solo se permiten, sino que se jalean como tradiciones arraigadas a la más elevada cultura de nuestra nación. Me refiero al 'Toro embolado', a 'San Fermín' y, por supuesto, a la atrocidad que hoy nos ocupa: el 'Torneo del Toro de la Vega'.
Os pondré en situación: las gentes de un pueblo cuya deriva genética quedó estancada en el hombre de cro-magnón llamado Tordesillas celebran, cada año, sus fiestas de la Edad Media. ¿Cómo lo celebran? Pues al estilo medieval: los hombres del pueblo salen a la calle montando a caballo y armados con lanzas para dar caza a un toro. El analfabeto que consigue matar al toro (tras una hora de analfabetos atravesándole piel y músculos con lanzas) corta los testículos al animal (al toro, se entiende, no a la bestia analfabeta, aunque tengo entendido que ya no se hace porque son muy civilizados), los cuelga de su lanza y da el discurso que su limitada mente le deje dar ante los demás pobres desgraciados que no pudieron asistir a la escuela.
Hale, esa es la fiesta.
Por supuesto, todos los grupos políticos afincados en ese lugar metafórico llamado "la oposición" califican la fiesta como una aberración que debería haber terminado hace años. Entonces, ¿cuál es el problema? Pues ese: que la política de nuestro querido país sólo se ocupa de estas cosas cuando está en la oposición. El Gobierno, sea cual sea su color, ni levanta una ceja engominada.
Así no es de extrañar que la oposición de ahora, psocialista, se indigne y tache de aberración al torneo, mientras que el gobierno local de la comuna analfabeta, psocialista también, lo califique como "tradición cultural" (al parecer, el tipo que está en el ayuntamiento, dicen, es capaz de hilvanar palabras para formar frases sin entonar sonidos guturales entre medio, todo un homo sapiens de pies a cabeza).
El caso es que al español medio y con dos dedos de frente (y de algunos sitios de fuera) la situación ya les toca un poco la parte de la bragueta y se ha cansado de tanto analfabeto, tanta lanza y tanta sangre, y se ha organizado para detener esta violación sistemática de los derechos animales.
Al principio fueron unos pocos bajo el lema "Okupa Tordesillas" y algunos más que se manifestaban rompiendo, simbólicamente, una lanza en contra del torneo del Toro de la Vega. Luego fueron decenas en el pueblo y miles en Madrid, con la lanza simbólica. Este año, más de 40.000 personas (según cifras de la organización) se unieron en Madrid, y el pasado martes...
El pasado martes fuimos cientos de personas asqueadas las que nos plantamos en las calles de Tordesillas para ocuparla pacíficamente e impedir la macabra muerte de Elegido, el toro seleccionado de este año.
Llegar al pueblo fue una pequeña odisea que varias personas se encargaron de organizar vía Whatsapp durante varias semanas con bastante acierto; así, unos cuantos tipos de Murcia nos unimos a unos cuantos tipos de Elche y Alicante, y pasamos la madrugada del 16 intentando dormir en un autobús camino a Valladolid.
Dejad que me ponga poético y os diga que lo que en ese autobús se respiraba era esperanza: esperanza por conseguir evitar la matanza, esperanza por ser ejemplo e inspiración el próximo año... Esperanza porque todo saliera bien.
La esperanza no se disipó pese al ambiente de hostilidad contra los antitaurinos que se palpaba en Tordesillas. Durante varias horas paseamos por sus calles, sus plazas, preguntándonos por qué un pueblo tan bonito era capaz de albergar a gente tan cruel. Hasta que llegó el momento.
Comenzaron las manifestaciones, los encadenamientos y las sentadas pacíficas rodeados de una masa embrutecida por el deseo de sangre, a pie y a caballo, armados con bastones y lanzas. Mi novia y yo, en la rotonda, esperábamos el momento adecuado para realizar la acción de nuestro grupo. Todo iba bien: la Guardia Civil desalojaba poco a poco a los manifestantes mientras los tordesillanos gritaban e insultaban... hasta que localizaron a un par de chicas antitaurinas entre el bullicio.
En apenas unos segundos se hizo un corro en torno a ellas. En principio solo las insultaban pero, con la Guardia Civil en otra zona, comenzaron a empujarlas y a zarandearlas. Mi novia y yo fuimos a defenderlas, pidiéndoles que dejaran en paz a las mujeres, que no habían hecho nada... y ese pacifismo nos identificó como no-tordesillanos. Pronto se hizo un nuevo corro, solo que esta vez éramos nosotros los que nos encontrábamos en el centro, primero recibiendo gritos y empujones, luego patadas, puñetazos y tirones de pelo. Un par de agentes nos sacaron de allí (a nosotros, claro: los violentos tenían todo el derecho del mundo a seguir allí) y nos llevaron con el resto de manifestantes.
La sensación de impotencia se iba haciendo cada vez mayor, pero el retraso del torneo ya era palpable y, si conseguíamos aguantar un poco más, probablemente no se realizaría. Qué ilusos fuimos...
Soltaron a Elegido con la calle llena de gente y la situación totalmente fuera de control (más tarde oímos al alcalde decir que nos habían hecho un favor no soltando al toro con nosotros allí sentados, todo un ejemplo de humanidad). Una de mis compañeras se dislocó un hombro intentando salir del trayecto con los tordesillanos impidiéndole el paso a una zona segura al grito de "venga, ahora salva al toro" y "dale un beso al toro de mi parte", y varias personas vieron cómo el morlaco corneaba y zarandeaba a alguien (luego lo vimos todos en las noticias).
Los desalojados nos dirigimos a la vega del pueblo, donde los lanceros acabarían matando al toro. Entonces, algún espabilado decidió que sería más interesante apedrear a los manifestantes. Aun no sabemos cómo pasó exactamente, pero una chica de Madrid recibió un golpe en la cabeza que la dejó sangrando e inconsciente. No importó: seguimos recibiendo piedras. Aquello parecía una batalla campal.
La Guardia Civil volvió e intentó poner paz, mientras los analfabetos reían: nos habíamos convertido en parte de su fiesta. Daba igual la sangre del toro (al que apenas prestaban atención) o la sangre de los manifestantes.
Todo fue acabando poco a poco. A las 11:57 horas Elegido fue asesinado (las propias reglas del torneo no sirvieron de nada, pues lo mató alguien que no podía participar por una multa del año anterior).
La esperanza dio paso a la impotencia y al desasosiego. La Guardia Civil sacó a los manifestantes del pueblo y nos dijo que hasta ahí iban a hacer (nadie fue detenido, ni manifestantes ni agresores tordesillanos), se fueron y nos dejaron allí, solos, en medio de una carretera secundaria.
Volvimos a casa con la impresión de no haber conseguido nada. El animal había muerto. Las bestias, una vez más, habían ganado.
Sin embargo, nos llevamos el consuelo de saber que nuestra actuación no ha sido en vano, pues la repercusión mediática ha sido tan grande que ya no queda nadie en España que no sepa las barbaridades que ocurren en Tordesillas. Además, cada vez son más los personajes públicos que se posicionan en contra del torneo.
Sin embargo, nos llevamos el consuelo de saber que nuestra actuación no ha sido en vano, pues la repercusión mediática ha sido tan grande que ya no queda nadie en España que no sepa las barbaridades que ocurren en Tordesillas. Además, cada vez son más los personajes públicos que se posicionan en contra del torneo.
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