Quentin Tarantino. Ese nombre y
apellido acarrean muchas cosas, tanto buenas como malas (o extrañas). Está
claro que, tratándose de una película suya, nos encontraremos tanto con aciertos típicos en él como desaciertos o excentricidades…
«Django desencadenado» es una
película que muestra una gran madurez directoral, pero al mismo
tiempo lastra gran parte de los tics y fetiches de su creador, en muchos casos
excesivos hasta decir “¡basta!”. Querido señor Tarantino: sabemos qué clase de cine le apasiona, qué películas ha visto una y otra (y otra) vez desde que
era trabajador en un videoclub antes de saltar a la fama; no es
necesario que se empeñe en dejarlo bien clarito a modo de “homenaje”
constantemente. Los detalles, se agradecen; los abusos, se aborrecen.
Dejando a un lado esta pequeña
reflexión, tengo que partir de la base de que «Django
desencadenado» me ha fascinado. Hacía tiempo que una película no
me dejaba con el culo pegado en la butaca del cine hasta llegar a los
créditos. En sus más de 2 horas y media de metraje apenas sientes
fatiga o falta de ritmo, y no porque no se marque precisamente un
cambio de registro en el último tercio de película (más pausado),
sino porque lo que te cuenta, lo hace muy bien y mantiene el interés y la intriga. Tarantino es un maestro consagrado de los diálogos, si
bien muchas veces se basa en discursos o monólogos algo improbables
viniendo de los personajes que los recitan (ese Bill hablando de la
dualidad Superman/Clark Kent), pero el muy cabrito sabe mantenerte en
tensión durante más de 15 minutos sólo con un grupo de personas
hablando en torno a una mesa. Eso, pocos directores lo consiguen a
día de hoy. Y, es que, en el “western”, es más importante que
los personajes “combatan” con las miradas, los gestos y las
intenciones, que con las pistolas, que no son más que el inevitable
desenlace físico de esa lucha entablada por ambas partes.
Lo dicho: más de 2 horas y media de metraje
que no sobran en esta ocasión, pues asistimos a la evolución del
protagonista, a su ascensión en su papel dentro de la historia, poco
a poco, apoyándose en secundarios de auténtico lujo que cruzan esa
fina línea que los separa del protagonismo absoluto de la cinta (y
que empequeñecen a Django). Más de 150 minutos que sirven para establecer
una mayor escala en la narración y entretejer, de paso, todo un
mundo propio plagado de detalles y personajes que pululan la
pantalla. Disfrutas con todos esos detalles (algunos excéntricos)
porque notas que el director ha trabajado en ellos y quiere dotar de
identidad propia a su creación, de modo que lo consigue aportándole
texturas al conjunto.
Quizá lo más discutible sea si
esa variedad de texturas ayudan o no a la película. Algunas son un
claro “no”, otras, aun siendo desenfadadas, no terminan de
desentonar con lo que te cuentan. En otras ocasiones a Tarantino se
le enciende la bombilla que le avisa de que no puede permitirse rodar
la película sin hacer alguna gamberrada visual. Otro aspecto discutible es lo forzado del personaje de la
esposa de Django y su origen. Entiendo que, después de «Malditos
bastardos», el director estuviera ansioso por volver a contar con el
carismático Christoph Waltz (“carismático” es un término que
se me antoja escaso para referirme a esta bestia de la actuación),
pero el hecho de emplear su auténtica ascendencia
(austríaco-germana) para el personaje y elementos de su cultura
queda forzado a la hora de enlazarlo, como decía, con la esposa del
protagonista.
Lo que estoy esperando, y lo digo muy en
serio, es un Quentin Tarantino que se anime a escribir obras
teatrales. Me ha demostrado que se desenvuelve a la perfección en
pequeños espacios durante largas secuencias, aunque tampoco es tan
novedoso esto en él (quizá en este caso me haya resultado más
evidente su habilidad).
Lo mejor
- Los secundarios, espléndidos cada uno en su papel y “robando la función”
- La estupenda fotografía
- Que por fin Tarantino se haya desprendido de la narración “fragmentada”
- El personaje de Samuel L. Jackson... una triste realidad
Lo peor
- El abuso de zooms repentinos en los rostros de los personajes; como detalle puntual es un buen guiño al cine "casposo", pero es un recurso molesto cuando se emplea con tanta frecuencia
- Algunos momentos de “flashback” metidos con calzador, llegando a parecer una decisión de última hora
- Sus gamberradas visuales que, en algunos casos, te pueden sacar de la película
- El momento “caballo andaluz” del final... bochornoso
Casi totalmente de acuerdo contigo. Django es una película muy entretenida que te mantiene pegado al sillón dos horas y media y, si bien a veces peca de confundir "homenaje" con "ridículo", creo que Tarantino tiene una forma brillante y a veces muy elegante de presentar la idea de lo violento (aunque a veces simplemente es burdo y poco convincente...).
ResponderEliminarY digo 'casi de acuerdo' porque creo que el personaje alemán (lo mejor de la película, sin duda) no lo veo tan forzado como dices (al menos, no más forzado que cualquier personaje extravagante en una peli de Tarantino). Es un poco como las pelis de Jackie Chan, que siempre resulta haber un chino donde va... XD
Y sí, los zooms acaban siendo pesados y sin sentido (ese es el problema de Tarantino, que se pasa de la raya y se vuelve cansino en la repetición de elementos visuales que no aportan nada 'real' a la película).
Al contrario, no veo al personaje alemán forzado (dios, ojalá todos lo personajes "forzados" fueran así :D), sino a la esposa por lo que ya te comenté... Y, ya digo, no me refería al personaje en sí mismo, sino a su "contexto", a parte de su origen que conecta casualmente con el personaje de Watlz haciendo referencias a su cultura germánica... Es un tema en sí mismo.
ResponderEliminarJooo, pos a mi me gustan los zooms, y no creo que haya tantos...
ResponderEliminarEn lo demás coincido en casi todo, incluido ese "taconeo" que se marca el caballo al final. Ya puesto podía haberle puesto un "tablao" y unas ginatillas cantando de fondo con una guitarra...