Lo reconozco:
nunca he sido fan de Cattelan. Su obra siempre me ha parecido forzada y
pretenciosa, muy alejada de los movimientos sociales actuales y más centrada en
hacer chistes recurrentes de temas manidos, y debo confesar que no pude
reprimir un bostezo de aburrimiento al ver aquel plátano pegado con cinta
americana en la pared de Art Basel. Ni siquiera me llama la atención la
escandalosa suma de dinero en que está valorada, y paso distraído el dedo sobre
el móvil mientras leo con indiferencia las críticas de devotos y profanos del
mundo del arte, los que se indignan, los que se burlan, los que adulan y los
que intentan poner calma a la situación. Veo por el rabillo del ojo el video de
un hombre que pela el plátano, se lo come y, sonriente, es escoltado fuera de
la exposición. No da ni para arquear una ceja esta repetición infantil de la
historia del arte: Duchamp lo hizo antes, y a él también le destrozaron obras
antes. El mismo ciclo de hastío para representar la misma función sobreactuada.
Bostezo. Se acaba la película. Sin embargo, cuando los créditos están a punto
de acabar, aparece una secuencia final: la pintada sobre la pared en la que se
lee
“Epstein
didn't kill himself”.
El 10 de agosto de 2019, Jeffrey Epstein apareció
ahorcado en la celda en la que había sido encerrado tras ser acusado de
violación y tráfico de menores. Aparentemente, iba a tirar del hilo de un
entramado en el que varios altos cargos del gobierno y otros peces gordos de la alta sociedad financiera
estadounidense habrían sido partícipes de pederastia, prostitución y otros asuntos
turbios. El caso estaba rodeado de hechos alarmantes, como las cámaras de
vigilancia que muy oportunamente dejaron de funcionar durante su supuesto
suicidio. Además, los medios dieron una cobertura escasa de lo sucedido, por lo
que la reacción de las redes sociales no se hizo esperar y pronto apareció el
meme “Epstein didn’t kill himself” (Epstein no se suicidó), que pretendía
mantener viva la investigación sobre este suceso. Este meme se hizo viral
rápidamente, y tuvo gran repercusión en las redes sociales lo que, al verlo en
la pared que antes sujetara la obra de Cattelan, me hizo pensar inmediatamente
en otro meme:
“Banana for
scale”
“Banana for scale” (Banana para escala) es una
expresión que indica que un plátano se ha colocado al lado de un objeto para
identificar su medida. Lo normal sería colocar una regla o algo que mida de
forma exacta. Sin embargo, esta aproximación indica cómo de grande es un objeto
en comparación con algo que, si bien no tiene una medida exacta, sí tiene una
medida aproximada de la cual todo el mundo puede hacerse una imagen mental en
la cabeza.
En este contexto, y hablando de la obra de Cattelan
quien, como he dicho al inicio, es un conocedor de la obra de Duchamp, no es
difícil encontrar una correlación de la banana con una de las piezas menos
conocidas pero más originales del artista francés: Tres paradas estándar (“3 Stoppages
étalon”, Paris 1913-1914). La banana de Cattelan es, así, una nueva “parada estándar”
para tomar perspectiva. Pero, ¿tomar perspectiva ante qué?
Vamos a pensar por un momento que Cattelan no es un vendehúmos
cuyo discurso no conduce a la innovación. Por tanto, vamos a pensar que
Cattelan no se va a quedar en la burla del sistema… porque el artista no se
burla del sistema artístico, sino que pone en evidencia a otra pieza del
engranaje: el mercado. “Esta es la gran estafa del mercado del arte”, parece
querer decir la pieza, “y, para entender la escala, os dejo una banana”.
La gran estafa del mercado del arte, esa de la que no
se habla todo lo que se debería, esa en la que el dinero negro se mueve entre
artistas, tasadores y galeristas para acabar en exenciones fiscales. Evasión de
impuestos y fraude fiscal sistematizado dentro de las industrias culturales.
Imposible de probar. Imposible de no ver. Es el gran complot del arte
contemporáneo.
Finalmente, que alguien se
comiese la obra de Cattelan no le da valor, pero la pone en valor, al convertir
el espacio de la exposición, de nuevo, en un espacio de opinión y no un puesto
de mercado: la obra en si opina sobre el mercado del arte, el espontaneo que la
destruyó opina sobre el sistema del arte, y el grafiti de la pared opina sobre
la situación social actual. La pieza, pues, reivindica los espacios culturales
como lugares que son capaces de generar opinión, no solo de consumo.
El arte es
lenguaje, y Cattelan utiliza un idioma conocido (el ready-made con el que
Duchamp se burlaba del sistema artístico) para generar un nuevo dialecto con el
que cuestionar el mercado del arte.
El principal problema de esta opinión es que todo
esto que estoy diciendo es algo que yo he pensado, que a mi me ha venido a la
cabeza al ver la obra de Cattelan. Y esa es la cuestión, que Cattelan espera
que seamos los espectadores quienes demos valor a su obra, porque ésta carece
del peso suficiente para sustentarse por si misma. Cattelan, como la cabeza de
Juan Bautista en la obra de Grant Morrison “Los Invisibles”, balbucea sonidos sin
sentido al que, quien lo escucha, atribuye un lenguaje. Sus admiradores creen
que tiene el don de la glosolalia y afirman entender todo cuanto dice, pero sus
obras no son más que los gruñidos de una boca que ha perdido toda conexión con
su cerebro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario