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martes, 17 de diciembre de 2019

La banana de Cattelan



Lo reconozco: nunca he sido fan de Cattelan. Su obra siempre me ha parecido forzada y pretenciosa, muy alejada de los movimientos sociales actuales y más centrada en hacer chistes recurrentes de temas manidos, y debo confesar que no pude reprimir un bostezo de aburrimiento al ver aquel plátano pegado con cinta americana en la pared de Art Basel. Ni siquiera me llama la atención la escandalosa suma de dinero en que está valorada, y paso distraído el dedo sobre el móvil mientras leo con indiferencia las críticas de devotos y profanos del mundo del arte, los que se indignan, los que se burlan, los que adulan y los que intentan poner calma a la situación. Veo por el rabillo del ojo el video de un hombre que pela el plátano, se lo come y, sonriente, es escoltado fuera de la exposición. No da ni para arquear una ceja esta repetición infantil de la historia del arte: Duchamp lo hizo antes, y a él también le destrozaron obras antes. El mismo ciclo de hastío para representar la misma función sobreactuada. Bostezo. Se acaba la película. Sin embargo, cuando los créditos están a punto de acabar, aparece una secuencia final: la pintada sobre la pared en la que se lee

“Epstein didn't kill himself”.




El 10 de agosto de 2019, Jeffrey Epstein apareció ahorcado en la celda en la que había sido encerrado tras ser acusado de violación y tráfico de menores. Aparentemente, iba a tirar del hilo de un entramado en el que varios altos cargos del gobierno  y otros peces gordos de la alta sociedad financiera estadounidense habrían sido partícipes de pederastia, prostitución y otros asuntos turbios. El caso estaba rodeado de hechos alarmantes, como las cámaras de vigilancia que muy oportunamente dejaron de funcionar durante su supuesto suicidio. Además, los medios dieron una cobertura escasa de lo sucedido, por lo que la reacción de las redes sociales no se hizo esperar y pronto apareció el meme “Epstein didn’t kill himself” (Epstein no se suicidó), que pretendía mantener viva la investigación sobre este suceso. Este meme se hizo viral rápidamente, y tuvo gran repercusión en las redes sociales lo que, al verlo en la pared que antes sujetara la obra de Cattelan, me hizo pensar inmediatamente en otro meme:

Banana for scale

“Banana for scale” (Banana para escala) es una expresión que indica que un plátano se ha colocado al lado de un objeto para identificar su medida. Lo normal sería colocar una regla o algo que mida de forma exacta. Sin embargo, esta aproximación indica cómo de grande es un objeto en comparación con algo que, si bien no tiene una medida exacta, sí tiene una medida aproximada de la cual todo el mundo puede hacerse una imagen mental en la cabeza.



En este contexto, y hablando de la obra de Cattelan quien, como he dicho al inicio, es un conocedor de la obra de Duchamp, no es difícil encontrar una correlación de la banana con una de las piezas menos conocidas pero más originales del artista francés: Tres paradas estándar (“3 Stoppages étalon”, Paris 1913-1914). La banana de Cattelan es, así, una nueva “parada estándar” para tomar perspectiva. Pero, ¿tomar perspectiva ante qué?

Vamos a pensar por un momento que Cattelan no es un vendehúmos cuyo discurso no conduce a la innovación. Por tanto, vamos a pensar que Cattelan no se va a quedar en la burla del sistema… porque el artista no se burla del sistema artístico, sino que pone en evidencia a otra pieza del engranaje: el mercado. “Esta es la gran estafa del mercado del arte”, parece querer decir la pieza, “y, para entender la escala, os dejo una banana”.


La gran estafa del mercado del arte, esa de la que no se habla todo lo que se debería, esa en la que el dinero negro se mueve entre artistas, tasadores y galeristas para acabar en exenciones fiscales. Evasión de impuestos y fraude fiscal sistematizado dentro de las industrias culturales. Imposible de probar. Imposible de no ver. Es el gran complot del arte contemporáneo.

Finalmente, que alguien se comiese la obra de Cattelan no le da valor, pero la pone en valor, al convertir el espacio de la exposición, de nuevo, en un espacio de opinión y no un puesto de mercado: la obra en si opina sobre el mercado del arte, el espontaneo que la destruyó opina sobre el sistema del arte, y el grafiti de la pared opina sobre la situación social actual. La pieza, pues, reivindica los espacios culturales como lugares que son capaces de generar opinión, no solo de consumo.

El arte es lenguaje, y Cattelan utiliza un idioma conocido (el ready-made con el que Duchamp se burlaba del sistema artístico) para generar un nuevo dialecto con el que cuestionar el mercado del arte.

El principal problema de esta opinión es que todo esto que estoy diciendo es algo que yo he pensado, que a mi me ha venido a la cabeza al ver la obra de Cattelan. Y esa es la cuestión, que Cattelan espera que seamos los espectadores quienes demos valor a su obra, porque ésta carece del peso suficiente para sustentarse por si misma. Cattelan, como la cabeza de Juan Bautista en la obra de Grant MorrisonLos Invisibles”, balbucea sonidos sin sentido al que, quien lo escucha, atribuye un lenguaje. Sus admiradores creen que tiene el don de la glosolalia y afirman entender todo cuanto dice, pero sus obras no son más que los gruñidos de una boca que ha perdido toda conexión con su cerebro.




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