Entradas populares

miércoles, 20 de marzo de 2013

Los bares de siempre


De vez en cuando salgo a comer por ahí y, lejos de ir a uno de estos restaurantes donde todo es pulcro y exquisito en sus formas, acabo en bares más "de siempre", esos bares donde la barra pide cañas por sí misma y dejas de tener nombre para pasar a llamarte "¿lo de siempre?". Lo de siempre, claro: marinera y caña, y ve preparando una jarra.

Esos son los bares de siempre, los bares de la infancia, los bares de una época en que las leyes eran menos estrictas y la comida sabía diferente, más casera, más, cómo decirlo... salmonelada. Eran los restaurantes donde creció mi generación, la generación de los gamers de la vieja escuela: la generación de la recreativa de bar.

Y es que, perdonad que me ponga nostálgico, pasé buena parte de mi infancia esquivando humos de tabaco y puro de sobremesa para alcanzar a ver aquellas pantallas que se me antojaban enormes y a través de las cuales, por 25 pesetas, se entraba a un mundo de fantasía que ya quisiera el armario de Narnia. Recuerdo buscar en cajones y entre los cojines del sofá algún tesoro que me permitiera rascar un segundo más a la tarde frente a aquellas máquinas de madera, plástico y cristal, que he aprendido a añorar como el borracho a la botella de ginebra (sí, queridos lectores, en este blog somos retrohólicos).

Llave al paraiso antes del euro
Así pasé buena parte de mi infancia, buscando el bar (EL bar) que tuviera recreativas en el pueblo al que viajara, hasta que sucedió algo maravillosos: las salas de máquinas. Las salas de máquinas, que en Estados Unidos y Asia (yo no lo sabía por aquel entonces) ocupaban locales enormes, se pusieron de moda en España, 

Una veintena de máquinas, armarios 'especiales' con pistolas, motos y coches, el indispensable futbolín y el no menos necesario billar, al que yo no jugaba porque, además de no llegar bien a la mesa, era demasiado pequeño y me daba miedo la 'pandilla del billar', los 'mayores' que se sentaban sobre el tapiz verde a fumar, tomar una cerveza y ver a las chicas del barrio pasear sus encantos. Ingenuo de mi, acabaría por ser (a mi manera) uno de ellos pero, por aquel entonces, no entendía qué otras curvas podría buscar un hombre que no tuvieran las recreativas... ¡Y vaya curvas las del Out Run! 


Aquellos videojuegos, los de entonces, siguen siendo los mejores videojuegos de la historia, aunque nos pongan el nuevo juego de Nintendo delante, el último hit de sony o la nueva consola de Microsoft. Y es que, como decía no hace mucho en un artículo , hay cosas que van más allá de la lógica y que superan la objetividad. Hay pequeñas cosas, bits, que se astillan dentro del corazón y echan raíces hasta abarcar todo el organismo. Es el caso de juegos como el Super Pang, al que mi hermano y yo dedicamos más horas de las que estaría dispuesto a admitir ante un juez y con el que conseguíamos mantener la tarde ocupada con tan solo 25 pesetas, destrozando esferas de colores a diestro y siniestro, hasta que veíamos aparecer los ansiados títulos de crédito tras la última pantalla.

Disparar como locos en Metal Slug, hacer un 'jayuken' (quien no lo pronunciara así, que tire la primera piedra) o ensañarnos con los simpáticos dragones lanzaburbujas y los hermanos Snow mientras matábamos a todo bicho viviente, sin olvidar las horas frente al Mortal Kombat  intentando, sin conseguirlo, desentrañar los misterios del fatality de turno (vaya, jugábamos a juegos violentos y no nos volvimos locos -no demasiado, al menos-; tal vez seamos un caso de estudio para los psicólogos de las asociaciones de padres que creen que sus hijos les matarán si juegan a GTA)... 

Aquellos juegos...

Esas eran las tardes de mi infancia, cuando el hiperrealismo estaba encerrado en la placa base de un armario y quedaba mucho hueco en al alma para guardar momentos nostálgicos. Hablando de nostalgia: mientras escribo estas líneas, viene a mi memoria la primera vez que jugué en una recreativa: subido en una caja de plástico de los envases retornables, de puntillas, los ojos apenas un palmo por encima de los mandos y una sonrisa de oreja a oreja que podría haber visto reflejada en el cristal de la pantalla de no ser porque estaba demasiado pendiente de lo que en ella sucedía. 

Pues si: una época en la que solo podías buscar guías en revistas oficiales porque no había internet donde encontrar trucos, ni foros, ni wikis dedicadas a videojuegos, ni partidas online. Sólo monedas de cinco duros, el camarero al otro lado de la barra... y toda la tarde.


Y vosotros, ¿recordáis vuestra 'primera vez'? ¿Hay algún juego de recreativa que recordéis con especial cariño? ¿O no os gustaban las máquinas?

3 comentarios:

  1. Tengo muy claro que el primer videojuego al que jugué fue Super Mario de Nes, pero no recuerdo cuál fue la primera recreativa.
    Si embargo si que recuerdo que la máquina a la que más monedas de 5 duros eché fue sin duda Final Fight, dios, pero muchas muchas.
    Ese tipo de juegos me encantaban en sus día, ahora me aburren un poco, pero que recuerdos.

    ResponderEliminar
  2. Que yo recuerde, mi primera recreativa fue el Shinobi. A la que mas he jugado, sin duda, el súper Pang, a la que como dice Xemy le dedique muchas horas con poco dinero

    ResponderEliminar
  3. Ay me cuesta acordarme. Yo creo que mi primer juego de recreativa fue puzzle bobble, o al menos eso creo recordar. También he jugado mucho al super bang, pero mucho despues, con el ordenador :D

    ResponderEliminar

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...