Vas caminando por la calle con unas
cuantas monedas sueltas en tu bolsillo que no paran de sonar, hasta que llegas
al lugar que buscabas, abres la puerta y no ves nada, una densa humareda lo inunda
todo, y el olor a tabaco se mezcla con el hedor a detergente barato. Poco a
poco te vas adentrando en aquel tugurio. Una mesa de billar ocupada por varios
tipos de dudosa apariencia, unas cuantas máquinas apiladas en la pared invadidas
por chicos cuya cara te resultan familiares, probablemente los hayas visto en
tu colegio, o instituto.