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lunes, 7 de octubre de 2013

Amor (2012)




La Filmoteca Regional de Murcia, ese lugar maravilloso (como todas las salas de proyección... ) donde se puede ver buen cine a un precio ridículo, fue el lugar donde se proyectó hace unos meses la última cinta de Haneke, 'Amor', una película de la que sólo sabía lo que señaló un compañero de trabajo antes de verla, "el mundo parece un lugar más lúgubre al salir de la sala de cine". Y qué razón tenía...


Haneke analiza la vejez (la vejez de la clase alta, más bien) de una manera sublime, sin aspavientos, mostrando la crudeza del deterioro humano como pocas veces se ha mostrado en el cine, acercándose en ocasiones a lo poético solo para arrastrar al espectador de nuevo a la cruda realidad. 


La cinta no escatima en planos de larga duración para mostrar fríamente cada detalle, por nimio que parezca, de una vida en decadencia. Cada mirada, cada gesto, es una pequeña constelación de emociones que el espectador sabe identificar porque, al fin y al cabo, son las propias: son esas miradas que hemos visto en nuestros padres y en nuestros abuelos y, si cabe, en nosotros mismos.




Amor es, si se me permite la pobre analogía, un accidente de tráfico: no puedes apartar la mirada ante la catástrofe. Una catástrofe a cámara lenta que se va tejiendo minuto a minuto y de la que no se puede escapar. Es, bajo mi punto de vista, una de las películas más duras y angustiosas de los últimos años al escapar de clichés que la harían más llevadera, más 'asequible'... más convencional.



De hecho, esta falta de convencionalismos es la que lleva a la cinta a cuestionar la estructura clásica de guión a través de, paradójicamente, un guión clásico, en el que planteamiento, nudo y desenlace aparecen desmaterializados, frágiles, y se sostienen solo gracias a la fuerza expresiva de los actores y a lo inabarcable de la trama: el amor, la intimidad y la muerte

Amor, una palabra que no se pronuncia ni una vez en las más de dos horas que dura la película y que, sin embargo, impregna cada fotograma. Haneke nos muestra el amor más allá de las palabras o de los actos. El amor cuando solo queda amor. Un amor íntimo que se presenta como extensión de lo cotidiano, de la vida diaria, que ve su última prueba en la soledad, el dolor y la muerte.

Una auténtica gozada para los sentidos una vez desaparece el peso que deja en el alma

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